Pere Estupinyá
¡Claro
que no somos sólo química! También somos… somos… ¡Seguro que debe de haber algo
más! ¿O no?
Si
por el motivo que sea esta noche tus niveles de testosterona se encuentran más elevados
de lo normal, tu apetito sexual se verá incrementado y estarás más
predispuesto(a) a buscar una aventura amorosa.
Si no tienes éxito, tranquilo(a), que no te vas a quedar ansioso(a), la testosterona sube y baja rápidamente sin grandes secuelas y al día siguiente todo empezará de cero otra vez. El «Así no me puedo ir a casa» es sólo un mito. Pero si estás de suerte y sí tienes sexo satisfactorio con algún furtivo, entonces notarás el deleite que genera en tu cerebro el subidón de dopamina, la hormona del placer. Cuidado, porque si realmente es bueno te gustará tanto que querrás repetirlo a casi toda costa. ¡Pero que la dopamina no te engañe! En el fondo, a ella le da igual si vuelves con la misma pareja o no; incluso te permite sentirte enamorada de dos personas a la vez de acuerdo, de acuerdo, si ha estado tan bien, quizá al despedirte notes que han bajado un poco los niveles de serotonina, te sentirás desorientada y pensarás que esa persona es especial, tiene «algo» diferente, y el no estar con ella te generará intranquilidad. Empezarás a enamorarte. Quizá tras varios chutes de dopamina notes cierta sensación de adicción puedes relajarte y disfrutarlo tranquilo, en este estadio la testosterona y la dopamina no forman parte relevante de la historia.
Desdecirse
no sería traumático todavía. Lo serio de verdad llega cuando la oxitocina
aparece en escena. Tu cerebro la segrega en grandes cantidades en cada orgasmo,
y es la responsable del sentimiento de apego, de unirte definitivamente a tu
nuevo compañero o compañera. Si hubiera una hormona del amor, ésta sería la oxitocina.
Cuando estáis juntos os reduce el estrés, el miedo disminuye, aumenta la
confianza, la generosidad, la sensación de bienestar en cada abrazo, es la esencia
química del afecto. Y lo más importante: hace que te sientas feliz cuando observas
a tu pareja feliz. Su satisfacción pasa a ser más importante que la tuya propia.
Ahora sí que puedes decir honestamente «Te quiero», en lugar del «Te deseo» propio
de la etapa dominada por la dopamina. De
todas formas, no te confíes. Asegúrate de mantener los niveles de oxitocina
altos a base de orgasmos, porque si no, pueden ir decreciendo hasta perder el
apego. Si esto os ocurriera a los dos a la vez, tampoco sería tan grave. La
tristeza de la separación daría paso rápidamente a una sensación de alivio. Lo peligroso,
desdichado, insano, funesto, devastador, es cuando por cualquiera de los miles
de motivos diferentes que existen, la relación se rompe cuando los índices de
oxitocina están al máximo. Entonces la química cerebral se vuelve loca. La
serotonina baja por los suelos: te deprime, te desespera, pierdes la cordura,
dudas constantemente de lo correcto e incorrecto, aparece la ansiedad, la
obsesión. Te separas y de repente tus neuronas encargadas del placer ya no
segregan nada de dopamina. Notas un síndrome de abstinencia brutal. Tu cerebro
pide a gritos sinápticos volver a ver a tu amado. No deberías hacerlo; es un
suicidio hormonalmente hablando. Recaerás como el alcohólico que en el momento
de más debilidad piensa «Será sólo una copa». Dale tiempo a tu química cerebral
para que restablezca sus niveles normales. Además, allí ya no existe amor verdadero
ni nada. Bueno, quizá sí lo hay, pero queda ofuscado por el deseo egoísta de
sentirte mejor, de aliviar tu propio sufrimiento. En esos momentos no estás
pensando en qué es lo mejor para él o ella. «Quiero continuar siendo tu amigo»,
puede decir el que haya salido más ileso de la desdichada ruptura. Científicamente
es absurdo. Es como si pretendes curar al alcohólico diciéndole:
«Debes
dejar de beber. Pero puedes continuar yendo a los mismos bares, no hace falta
que tires las botellas de tu casa, y dale un inocente beso al vino cada cierto tiempo».
Los neurocientíficos expertos en adicción saben que eso no lleva a ningún
sitio. Si les hiciéramos caso, la terapia del desamor incluiría borrar teléfonos,
mails, y tirar fotos a la basura, por muy doloroso que sea.
MOLÉCULAS
QUE CONDICIONAN NUESTRO COMPORTAMIENTO
Difícilmente
aceptaríamos que este torrente de sustancias químicas en nuestro cerebro
enamorado es la única justificación de nuestra conducta. Evidentemente no lo
es, y uno puede pensar que toparse con una persona atractiva es lo que le hace
subir la testosterona, y no al revés. Quizá, pero podemos encontrar múltiples
ejemplos en los que claramente observamos que primero está la química, y luego
la conducta. Tómate un café cargado cuando te sientas cansado y lo comprobarás:
si estás fatigado, el aumento de adenosina en tu cerebro le indica a tus
neuronas que convendría bajar el ritmo y empezar a prepararse para dormir. Pero
si en ese momento introduces moléculas de cafeína en tu cuerpo, cuando lleguen
a las neuronas bloquearán los receptores de adenosina impidiendo que su señal
sea efectiva.
Tras
un largo período de depresión, los niveles de serotonina que una neurona envía
a la siguiente en las sinapsis están muy bajos. Una forma de subirlos es
bloquear con antidepresivos los canales por los que la neurona emisora recepta
algunas moléculas de serotonina. Si impides que algunas moléculas vuelvan a
entrar en la célula, indirectamente estás aumentando la cantidad de serotonina
en el espacio sináptico. Y milagro, te sientes mejor. Es rotundamente cierto
que hablar con un psicólogo experto puede ayudarte tanto como los fármacos,
pero si observas tus sinapsis comprobarás que por esa vía terapéutica tu
serotonina también ha terminado aumentando. Pero volvamos a la oxitocina y su
trascendental función amorosa en nuestras vidas. Los investigadores sabían desde
hacía mucho tiempo que esta hormona se segregaba durante el parto y estaba
relacionada con el apego de las madres a sus hijos. Luego, cuando descubrieron
que también se liberaba en grandes cantidades durante el orgasmo, pensaron que
podría causar el mismo efecto de unión emocional en las relaciones afectivas de
las parejas. Para averiguarlo, un grupo de científicos realizó una serie de
experimentos con dos especies prácticamente idénticas de ratones de campo, pero
que poseían una diferencia clave: los individuos de una especie llevaban una
vida enteramente monógama, mientras que los de la otra no formaban ningún tipo
de apareamiento permanente.
Primero
los investigadores inyectaron oxitocina en los cerebros de los ratones
promiscuos. Resultado: observaron anonadados que empezaban a formar enlaces
estables. Luego bloquearon el efecto químico de la oxitocina en los ratones
monógamos, ¿y sabéis qué?, al poco tiempo éstos dejaron de ser fieles a sus
parejas. El vínculo entre «amor biológico» y oxitocina se estaba consolidando.
Pero
si la oxitocina influía en el apego entre parejas y familiares, ¿por qué no en
el resto de las relaciones sociales? En 2005 unos investigadores suizos se dedicaron
a reclutar voluntarios, separarlos en dos grupos, suministrarles oxitocina por
vía intranasal a uno de ellos, y ver si invertían más dinero en el proyecto que
les proponía un desconocido. Los resultados publicados en Nature sugerían que,
efectivamente, la oxitocina reducía los miedos y aumentaba la confianza en las
relaciones sociales. Por ridículo que
parezca, a partir de estos estudios una empresa empezó a comercializar un
espray con oxitocina llamado Liquid Trust dirigido a los vendedores, solteros
que quieran ligar, y hombres de negocios que quieran transmitir confianza en
sus reuniones.
Y
es que la primera motivación de muchos científicos es aplicar sus conocimientos
a la corrección de los defectos, pero es difícil sucumbir a la estación de
ensalzar las virtudes.
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